Los descendientes de Iaakov estaban ahora en Egipto, donde se
multiplicaron. El nuevo faraón, temiendo que los israelitas se unieran a las
fuerzas enemigas para derrocarlo, inició una política de opresión,
reduciéndolos a la condición de esclavos. Supervisados por crueles capataces,
fueron forzados a construir las fortalezas y ciudades de almacenamiento de
Pitom y Raamses, en la frontera de Egipto. Sin embargo, los intentos del faraón
por reducir numéricamente la población judía resultaron ineficaces, pues su
tasa de natalidad aumentaba decididamente. Tomando una drástica medida, el
soberano egipcio ordenó a las parteras hebreas que mataran a los niños varones
en el momento de nacer. Pero las comadres desobedecieron por temor de Hashem. El
faraón ordenó entonces que todo varón recién nacido fuera ahogado en el Nilo.
Amram y Iojéved miembros de la tribu de Leví, eran padres de dos
niños, Miriam y Aharón. Poco después del decreto del faraón, Iojéved dio a luz
a un segundo varón. Cuando ya no pudo mantener en secreto el nacimiento de su
hijo, colocó a éste en una arquilla de juncos que dejó entre las plantas de la
orilla del Nilo (bajo supervisión de Miriam). La hija del faraón fue a bañarse
en el Nilo, vió la arquilla y envió a una de sus servidoras a traerla. Se dio
cuenta de que había en ella un niño hebreo y sintiendo piedad por él, decidió
adoptarlo. Miriam se adelantó y con el permiso que le diera la princesa para
buscar un ama de cría, regresó con Iojeved, bajo cuyo cuidado el niño recibió
más tarde enseñanzas sobre las tradiciones de sus antepasados. El niño fue
llevado al palacio real y se lo llamó Moshé, que significa: "extraído de
las aguas".
Después de haber madurado, Moshé fue a encontrarse con sus
hermanos israelitas y observó sus sufrimientos. Vio que un capataz egipcio
golpeaba salvajemente a uno de los hebreos. No había nadie a su alrededor y
Moshé, airado, mató al cruel egipcio y lo enterró en la arena. Al día siguiente
Moisés intervino en una disputa entre dos israelitas. Uno de ellos le preguntó
en tono insultante qué derecho tenía de juzgar a los demás, y si intentaba
matarlo como lo había hecho con el egipcio. Moshé comprendió, entonces, que su
acción había ganado estado público y que su vida corría peligro. En consecuencia,
antes de que el soberano egipcio pudiera hacerlo capturar huyó a Midian, en la
región sudeste de la península de Sinai. Llegó a un pozo, donde tuvo
oportunidad de proteger a las siete hijas de Itró (el conductor espiritual de
Midián) de unos pastores agresivos. Fue bien recibido por Itró y trabajó como
pastor de ovejas. Pronto se casó con una de sus hijas, Tziporá, que dio a luz a
dos niños, Guershom y Eliezer.
Durante la estadía de Moshé en Midian el faraón había fallecido.
Su sucesor continuó oprimiendo a los judíos aún con mayor severidad, y éstos
clamaron por ayuda a Hashem. Mientras cuidaba las ovejas de Itró en Jorev,
Moshé tuvo una visión extraordinaria: una zarza que ardía sin consumirse. en
tanto Moshé observaba esa maravilla, Hashem se dirigió a él por primera vez y
le ordenó que se quitara los zapatos, pues de hallaba en suelo sagrado. Luego
le informó que sería el mensajero del Señor para sacar a los israelitas de
Egipto y llevarlos a la Tierra Prometida. Moshé respondió que él era indigno de
una tarea tan magna, pero recibió la promesa de la ayuda Divina. Moshé preguntó
entonces qué respuesta debería dar cuando los israelitas le preguntaran por el
nombre de D-s. El Señor respondió que El podría ser revelado con la expresión Ehié
asher Ehié, "Ehié, el que soy". Después le dijo a Moshé que
informara a los ancianos de Israel sober la aparición de Hashem, y que ellos
deberían demandar al faraón que permitiera a los israelitas ofrecer sacrificios
al Señor en el desierto. El soberano se rehusaría, pero después que hubiera
sido azotado por las plagas de D-s se vería forzado a ceder y los israelitas
abandonarían Egipto cargados de riquezas.
Moshé arguyó que el pueblo no le creería, razón por la cual le fue
otorgado el poder de obras tres milagros. Su bastón se transformaba en una
serpiente cuando era arrojado al suelo. Esta, al ser tomada por la cola, volvía
a su forma original. Luego Moshé recibió orden de poner la mano sobre el pecho.
Cuando la retiró tenía rastros de lepra, pero al repetir el movimiento, la mano
apareció nuevamente sana. Finalmente, si los israelitas no estuvieran
convencidos, aún, Moshé debía verter agua del Nilo sobre tierra seca y el
líquido elemento se convertiría en sangre. Moshé continuó titubeando y adujo
que carecía de la necesaria capacidad oratoria. Hashem, por consiguiente, le
informó que su hermano Aharón le serviría de vocero.
Moshe se encontró con el hermano en el monte Jorev y le contó todo
lo que había ocurrido. Al llegar a Egipto reunieron a los ancianos de Israel y
les revelaron las palabras del Señor. Después de que Moshe hubo obrado los
milagros, los israelitas proclamaron su fe en que Hashem respondía a sus
clamores en procura de ayuda, y todos se inclinaron para rendirle culto.
Moshe y Aharón se presentaron ante el faraón y le pidieron que
permitiera a los israelitas salir a ofrecer sacrificios al Señor en el
desierto, pero el soberano no sólo no accedió a esta demanda, sino que impuso
decretos aún más rigurosos contra los judíos. En adelante estos deberían producir
la misma cantidad de ladrillos que hasta entonces, pero no se les proveería de
la paja que facilitaba su elaboración. Los capataces judíos fueron castigados
porque sus cuadrillas no podían cumplir con esa tarea imposible. Sus ruegos al
faraón para que se apiadaran de ellos fueron rechazados y acusaron a Moshé y
Aharón de empeorar la situación. Sin embargo, en respuesta a las expresiones de
frustración de Moshé, D-s le aseguró que el soberano egipcio se vería
eventualmente compelido por el poder Divino a dejar a Su pueblo.
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