miércoles, 7 de marzo de 2012

Ki Tisa (Shemot 30:11- 34:35)




Cuando se hizo el censo de los israelitas varones mayores de veinte años (sujetos, por ende, a servir en el ejercito), cada uno de ellos debió pagar medio shekel de plata. Este metal era usado para la construcción del Santuario. Debía hacerse también una jofaina de bronce para ser utilizada por Aharón y sus hijos para el lavado de manos. Estaba ubicada en el atrio, entre el altar de ofrendas quemadas y la entrada al Santuario. Para ungir a sacerdotes y vasijas era utilizada una mezcla de aceite de cuatro hierbas aromáticas prescriptas, mezclada con aceite de oliva, y se preparaba incienso para uso sagrado, hecho con especies dulces seleccionadas.
Betzalel, de la tribu de Iehuda, y Oholiav, de la tribu de Dan, fueron elegidos por la Divinidad para aplicar su habilidad como artesanos a la supervisión del trabajo de construcción del Santuario. Aunque la construcción del Mishcán era de la mayor importancia, no debía anular la observancia del shabat y el pueblo recibió ordenes de cesar todo trabajo durante el día de descanso.
Moshé había permanecido en el monte Sinaí durante cuarenta días y cuarenta noches y el pueblo, temiendo que no regresara, reclamaba un objeto visible que pudiera adorar. Persuadió a Aharón para que diera forma a la imagen de un becerro, fundiendo el oro de sus joyas. Los judíos llevaron ofrendas quemadas y de paz a ese ídolo, alrededor del cual cantaron y danzaron. Ese despliegue de herejía provocó la ira de D-s, y ordenó a Moshé que descendiera. Le informó del pecado de Israel y declaró que destruiría a esa nación traidora. Moshé suplicó al Señor que tuviera piedad y no diera a los egipcios la oportunidad de regocijarse con la desgracia de los israelitas, sino que recordara Su pacto eterno con los patriarcas. Al oír este ruego, Hashem concedió al pueblo judío una nueva oportunidad.
Mientras descendía de la montaña el diecisiete de Tamuz, con las dos Tablas de la Ley grabadas por D-s, Moshé oyó los gritos de la orgía y al observar la oprobiosa conducta del pueblo, las arrojó al suelo. Luego, destruyó el becerro de oro y lo echó al fuego, después de lo cual lo molió hasta convertirlo en polvo, que echó en una corriente de agua de la cual hizo beber al pueblo. Reprochó a Aharón por lo ocurrido y éste se justificó diciendo que se vio forzado a cumplir las demandas del pueblo. Moshé convocó a todos sus partidarios a reunirse alrededor de él y la tribu de Levi respondió inmediatamente. A su orden, los miembros de Leví recorrieron el campamento y mataron alrededor de trescientos jefes de la revuelta. El amor y la compasión de Moshé por el pueblo lo impulsó a rogar al Señor que lo perdonara, pues si fuera destruido él perdería el deseo de vivir. La respuesta que recibió fue que sólo serían castigados aquellos que habían pecado intencionalmente, y que en vista de la intercesión de Moshé el pueblo sería conducido a la Tierra prometida por un enviado de Hashem, no por El mismo. Al enterarse de la reprobación del Señor por sus acciones, los israelitas se lamentaron y se quitaron los ornamentos en señal de pesar.
Moshé levantó su tienda fuera del campamento que había sido profanado por el becerro de oro. En íntima comunión con D-s pidió una revelación de los atributos divinos para ayudarlo en la conducción del pueblo. El Señor volvió a asegurarle que El sería piadoso y guiaría a los judíos hacia Eretz Israel, pues Moshé personalmente había hallado gracia en Sus ojos. En respuesta a un pedido de que se le permitiera contemplar la Gloria Divina, se le dijo a Moshé que ningún mortal podía ver a Hashem y continuar viviendo. No obstante, se le permitió una mirada fugaz al resplandor divino a través de una grieta en la roca montañosa.
Una vez más Moshé ascendió solo a la montaña, llevando consigo las dos nuevas tablas de piedra que se le había ordenado preparar. D-s descendió en una nube, se reveló como el Señor de la Piedad, la Bondad y la Verdad, y renovó Su pacto con Israel repitiendo los principales mandamientos que había dado previamente. Estos incluían la prohibición de la idolatría, la observancia de las festividades y la santificación del Shabat.
Hashem inscribió los Diez Mandamientos en las dos tablas de piedra, mientras Moshé registraba el contenido del pacto renovado. Después de pasar otros cuarenta días y cuarenta noches en la montaña, lapso durante el cual se abstuvo de comer y beber, Moshé descendió de la montaña y regresó al campamento. Su rostro refulgía con el resplandor Divino. A continuación comunicó las palabras del Altísimo, oídas por él en el monte Sinaí, a Aharón, los ancianos y toda la asamblea. Luego que hubo terminado de hablar se cubrió el rostro radiante con un velo. De allí en más sólo se lo quitaba cuando se encontraba ante la presencia del Señor, o cuando transmitía Su mensaje al pueblo.
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